Llevo años reflexionando sobre el efecto que ha tenido el surf en mi vida desde aquel día de verano en el que cogí mi primera ola. Me lleva a pensar que las cosas pasan por algo y que de alguna manera hay que estar atento a nuevas oportunidades, incluso en los momentos más inciertos por los que puede atravesar una persona. Para mi, el deporte me eligió más que al revés, y es más, aunque yo no fuese una persona de mar, el mar me atrajo sin que yo me diese cuenta.
El surf me ha demostrado ninguna persona puede permanecer tal y como era antes de coger sus primeras olas. Yo mismo, de alguna manera, recuperé un equilibrio que era esencial en mi vida, y esto a través del mar, y las olas. Diez años después sigo en el camino hacia la búsqueda de la ola perfecta, de ser mejor surfista del que era ayer y de seguir creciendo como persona teniendo el surf como línea conductora en mi vida.
Esta es una bonita manera de mostrar mi relación con el océano y es justamente por esta razón que lo he plasmado en una pieza audiovisual junto con mis mejores sesiones de la temporada pasada en la costa portuguesa, en un intenso Océano Atlántico que me sigue brindando oportunidades únicas.
Esa incertidumbre adictiva.
Vivir con altibajos, con la alegría de la victoria o con la pena cuando las cosas no salen bien.
Respiras, meditas, entras en estado de flow… Sopla el viento, silencio.
Estar solo en ese espacio te salva. Suben las pulsaciones, te alejas del ruido y vuelves a conectar.
Para todo mal, entras al mar. Para todo bien, entras al mar. Es como un arte, una manera de sanar desde la naturaleza más pura. Un estilo de vida que no cambiaría por nada.