Prueba: Subaru Legacy Outback, el todocamino. 2: Corazón bóxer.

La nariz griega, esa que ofrece un perfil continuo con la frente, es típica de las obras clásicas y al verla en cualquier escultura ya nos hacemos una idea de donde proviene. Subaru tiene también su nariz griega, pero la guarda bajo el capot: la firma japonesa es, junto con Porsche, una amante de los motores tipo boxer –de cilindros opuestos– y casi todos los que fabrica tienen esta configuración.
Siguiendo esta máxima hasta sus últimas consecuencias, y sin rinoplastia, el pasado año Subaru lanzó al mercado el primer motor de este tipo alimentado por gasóleo de la historia. Con dos litros de cilindrada y 150 caballos de potencia, da vida ahora al Outback que estamos analizando, cuyo apellido completo es 2.0 Boxer diésel.

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Se trata de un motor destacable frente a toda la competencia, pues ofrece bajos niveles de ruido, una gran suavidad de funcionamiento que se palpa nada más arrancar y acelerar, junto con un consumo realmente bajo: 6,4 litros de media cada cien kilómetros. Para lograrlo incluye tecnologías como la inyección directa, turbo de geometría variable –que aporta una mejor respuesta a bajas vueltas que los de tipo fijo–, 16 válvulas o intercooler.

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En marcha logra mover al Outback con una gran soltura, en buena parte por que su cifra de par es elevada (350 Nm), y llega a muy bajas vueltas: a 1.800 ya lo está “dando todo”. Esto permite excelentes respuestas en todo momento, y despreocuparse de jugar constantemente con la caja de cambios. Logra catapultar al Outback a los 195 kilómetros por hora, y su paso de cero a cien se produce en 9,7 segundos.
Es, en definitiva, un motor poderoso y agradable de utilizar que encaja con el refinamiento general del vehículo, y todavía mejor con las necesidades del mercado español, que sigue prefiriendo el gasóleo a la gasolina por goleada.

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Otra interesante novedad del Outback es la posibilidad de asociar este propulsor a una caja de cambios manual de seis velocidades –una más que en el Legacy– o también a una segunda totalmente automática de variador continuo denominada Lineartronic CVT. Ésta última ha sido pensada para los que más valoran la suavidad de marcha.
En ambos casos la fuerza es entregada a las cuatro ruedas, otra “nariz griega” de Subaru, que la ha extendido a casi todos sus coches. Ello supone un plus de agarre, mayor cuanto peores son las condiciones de adherencia del firme que atravesamos.

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