Parece que mezclemos dos cosas pero están bien relacionadas. Ya conocemos la tabla de multas o de velocidades sancionables, mejor dicho. Ahora nos encontramos con dos noticias que vienen a reforzar por un lado el alcance de la reducción general de velocidad que, a pesar de que en cualquier circunstancia las multas deben ponerse atendiendo a las diferencias porcentuales entre velocidad real y la marcada por el velocímetro.
La primera de ellas es que los radares empezarán a cursar denuncias a partir de medidas registradas superiores a 116 km/h. La segunda noticia es que los países de la Unión Europea salvo tres excepciones van a colaborar para que las multas se cobren, independientemente de dónde se han emitido.
La primera cuestión, la de los 116 km/h, es una cuestión de márgenes de error, desde los márgenes propios de los velocímetros hasta los márgenes de error en mediciones de los radares fijos y los móviles. En cualquier caso el margen de error de un radar es ínfimo comparado con un velocímetro. En resumen, para radares fijos la velocidad a la que «salta» la sanción es 116 km/h, en un intento por cumplir religiosamente con la ley.
De esta forma se consigue en teoría que el ahorro de combustible se haga realidad, puesto que tanto agentes de seguridad como conductores tendrían claro que a mayores velocidades se sancionaría sin clemencia.
Y para redondear el empeño en ahorro, los países de la Unión Europea han hecho piña para que las multas no tengan fronteras dentro de la Unión. En este sentido todos los países que la forman salvo Reino Unido, Irlanda y Dinamarca intercambiarán datos para que ninguna multa impuesta en los países miembros deje de ser recaudada. Con esto se intenta aumentar la eficiencia del sistema, consiguiendo convertir las sanciones en recaudación, y por tanto aumentando esa tanda de ingresos. La cuestión es si esos ingresos van a repercutir en mejoras en las redes viales (erradicación de puntos negros, por ejemplo) o programas de formación en Seguridad Vial, que sería lo más lógico.
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